“Empieza haciendo lo necesario,
después lo posible,
y de repente te encontrarás
haciendo lo imposible”
(San Francisco de Asís)
Después de un tiempo más prolongado del deseado aquí os dejo la tercera y última parte de “El conjuro del Hechicero” no sin antes redactar un pequeño resumen de las anteriores entregas:
A finales de Noviembre el hidalgo Fernán se iba a perder la cabalgada de esa jornada pero tal era su deseo de galopar junto a sus compañeros que dirigió sus pasos hacia la choza de un hechicero quien le preparó un brebaje con el que entró en letargo para transformarse en una sombra y poder así entremezclarse entre ellos y acompañarlos a lo largo de la ruta, desde la ribera del río Gállego hasta el Vedado de Peñaflor y el Alto del Campillo. Al recobrar su aspecto carnal observó como el hechicero era ajusticiado por brujo y se consumía en la hoguera por lo que accedió de nuevo al interior donde rebuscando encontró un enigmático pergamino. Acudió con el al Monasterio y allí los monjes llegaron a la conclusión de que podría tratarse de un conjuro con la solución definitiva a la pandemia que los asolaba.
En pocas semanas organizaron las expediciones en busca de los elementos necesarios para llevar a cabo tal encantamiento. Y el primero era una hiedra mística. Iniciaron la marcha y tras pasar por Cuarte, María, Cadrete, Botorrita y ya adentrados en zona montañosa divisaron la cueva de donde se hicieron con el esqueje que precisaban.
Descifrado el siguiente enigma transitaron por las villas de Monzalbarba, Sobradiel, Torres de Berrellén, Alagón y Grisén. Una vez allí extrajeron de la muralla una piedra de mampostería y de camino de vuelta decidieron detenerse en la Ermita de la Virgen de la Ola a descansar.
Para hacerse con el tercer elemento no tardaron en arribar a Zuera y de su cementerio hacer acopio de tierra de la fosa de un noble.
Ya sólo faltaba un ingrediente para completar el conjuro de la sanación. Tomaron el camino del canal en dirección al Burgo de Ebro y tras ascender primero a la Ermita de San Jorge llegaron a la presa de Pina donde llenaron las ánforas con sus aguas puras.
Por fin habían cerrado el círculo de las reliquias del conjuro uniendo todos los elementos: la hiedra de la cueva que crecería sobre la piedra de la muralla, abonada con tierra del cementerio y regada con agua embravecida.
Trilogía: “EL CONJURO DEL HECHICERO”
PARTE III
“Ellos son los que se adentran
en lo desconocido y lo conquistan,
son los que alcanzaron las más altas cimas,
son los que se criaron escuchando hazañas
y ahora escriben las suyas.”
Entrados ya en el último mes del año y palpando las deseadas Navidades el conjuro comenzó a dar su fruto para sorpresa de todos. De las hojas de la hiedra supuraba una savia jamás vista por su color y textura, la cual fue cuidadosamente recolectada y envasada como si de polvo de oro se tratara. Cierto es que incluso podían estar frente al tesoro más deseado y valioso: una vacuna con la que hacer frente al poder de la parca y a su mortífero aliado invisible.
Tan solo faltaba profesar actos de Fé: ofrecer esta nueva esperanza a dioses cristianos, paganos y mitológicos. Partieron un 19 de Diciembre rumbo al Toro Sagrado de Alfajarín para mostrarle agradecimiento y demandarle su legendaria fortaleza en un ritual con el cual en otras épocas habrían sido víctimas de la Inquisición. El ambiente en el punto de salida era especialmente jocoso y elegante pues el que más y el que menos había adornado su montura con aderezos navideños y se había ataviado con sus mejores túnicas y gorros roji-blancos típicos de estas fechas. Ni el torturante frío gélido que se cebaba con ellos ni la persistente niebla que los aguijoneaba con su humedad eran capaces de borrar las sonrisas de las caras ni de apagar el brillo de ilusión que desprendían sus ojos. No tardaron en divisar las ruinas del castillo musulmán y abriéndose paso a través de la bruma cerrada culminaron la ascensión reagrupándose a los pies de la majestuosa silueta del animal mítico protagonista de la ofrenda. Con el baile previsto realizado y el propósito de la ruta consumado era hora de retornar a la aldea por la Alfranca y la pasarela del Bicentenario a un ritmo asfixiante para la mayoría de los corceles.
Una semana después, el 26 de Diciembre, y por ser la última cabalgada del año decidieron hacer un guiño a la doctrina cristiana y santificar la savia de la esperanza en la Ermita de San Jorge. No podían esperar al 23 de Abril, fecha de su festividad, cuando los lugareños se dirigen en procesión hasta allí para asistir a una misa tras la cual el sacerdote bendice los campos del municipio y los nobles y señores de la villa invitan a pan y vino a los asistentes. Previamente debieron ascender y transitar por los molinos del Parque eólico Arias, esos que tan bien le habrían servido de fuente de locura a Don Quijote. A partir de ahí, camino llano y trote ligero hasta el cementerio del Burgo donde comienza la escalada hacia la Ermita con unas rampas finales del 20% en las que hay que apretar los estribos, echar el cuerpo hacia delante y no levantar las posaderas de la silla de montar. Una vez coronada la cumbre, mientras los potros recuperaban el resuello y antes de bendecir la pócima sagrada, los valerosos jinetes disfrutaron de las admirables vistas que les ofrecía el paisaje.
Con el comienzo del nuevo año las cabalgadas previstas para proseguir con las ofrendas sufrieron un penoso revés por culpa de las inclemencias del tiempo. La ruta de los Belenes del 2 de Enero se vio truncada por el agua-nieve que se posaba sobre los bravos guerreros que, aun siendo conocedores de la que se avecinaba, ensillaron sus monturas y galoparon hasta que el barrizal les imposibilitó la marcha. No hay mal que por bien no venga y no hay contrariedad que no se pueda endulzar. Merced a esta retirada a tiempo tuvieron la fortuna de poder empapuzarse con un chocolate caldeado y engullir unos churros recién hechos cortesía de la pariente de un fiel seguidor de nuestra hueste tricolor.
No corrió mejor ventura la ruta señalada para una semana después, el 9 de Enero, hacia la Cueva Encantada. La villa, como prácticamente todo el Reino, amaneció con un manto blanco radiante de considerable espesor fruto de una nevada histórica que sorprendió a propios y fascinó a extraños.
Por fin el 16 de Enero los establos se desocuparon y las herraduras volvieron a bailar con brío esta vez por Miralbueno, Garrapinillos, camino de Bárboles, Torre Medina y puente de Clavería. Tampoco iba a resultar un transitar sobre pétalos de rosas. El incordiante y engorroso cierzo no quiso perderse la función e incluso osó actuar activamente en ella. Pero ni él ni cien vientos más poseen la fuerza suficiente para frenar a nuestros actores principales. Debían realizar el ritual pagano del Fuego en la Pirotecnia y nada lo iba a impedir.
Persistente en su intento juró venganza una semana después, el 23 de Enero, mientras nuestros caballeros cabalgaban por las sendas del río Gállego, San Juan de Mozarrifar, la Cartuja y Valdegurriana. Pero poco podía hacer ante la veteranía de estos paladines y su maestría, destreza y pericia en el arte de parapetarse y guardarse ante sus acometidas.
Barro, nieve, cierzo... ... Aún faltaba un cuarto invitado detestado: la lluvia. Y esta se presentó sin ser convocada el 30 de Enero. Las nubes que aligeraron su carga durante la noche y la previsión al alba forzaron a tomar la infeliz pero acertada decisión de cancelar la partida que debía poner rumbo hacia Peñaflor, la Ermita de san Cristóbal y la Cuesta del Fraile. Más que anularla simplemente se pospuso una semana y el 6 de Febrero iniciaron la ruta bajo una fina ducha de minúsculas gotas casi imperceptibles que formaban fastidiosos lodazales a su paso. Les aguardaba una idílica ascensión entre pinares y vegetación típica del bosque mediterráneo y tras coronar la cumbre no sin esfuerzo, afán y sacrificio brindaron la savia milagrosa para recibir su bendición. Trotando de retorno al hogar transitaron por las inmediaciones de la Cartuja de Nuestra Señora de Aula Dei, uno de los conjuntos más importantes del Reino tanto por su arquitectura como por las obras de arte que encierran sus muros. Rodeada por una muralla de ladrillo y cubierta por teja árabe se deleitaron con la imagen de la sobria Iglesia central, la gran plaza ajardinada, el claustro donde se ubica el cementerio, la hospedería, las capillas privadas, el refectorio, la biblioteca y las celdas individuales de los monjes cartujos con su dormitorio, oratorio, estudio, comedor, huerto, taller y solana.
En esta peculiar ronda por castillos, ermitas, iglesias y demás no podían ni debían faltar a la cita con el emplazamiento más alto de la antigua Caesaraugusta: Santa Bárbara. Por ello un 13 de Febrero y tras espolear sus monturas por los galachos de Juslibol, Alfocea, Cantarranas, Rosales, Montecanal y Valdespartera se plantaron a los pies de la pronunciada y escabrosa senda que los encarrilaría hasta los restos de la fortaleza construida con obra de tapial y piedra y que posteriormente sería reformada para edificar sobre ella la Ermita que se presentaba ante sus ojos con grandes pérdidas de material y aspecto ruinoso. La desazón se apoderó de ellos al ser testigos de lo que es capaz el ser humano en nefasta alianza con la naturaleza. No había tiempo para lamentos y una vez practicada la solemne ceremonia iniciaron la vuelta por la Cartuja y el camino de la Alfranca.
El elenco de lugares por donde debían peregrinar estaba a punto de concluir y así el 20 de Febrero bajo una túnica sombría y grisácea que iría cediendo ante el empuje de los destellos solares partieron en busca de la Cueva Encantada por el barranco de San Juan en las proximidades de Alfajarín. Asegurando los pasos con cautela y precaución se dejaron guiar por la estrechez del acotado sendero en el que tan solo había espacio para una montura. Asegurando firmemente la riendas ante el incesante zigzagueo y enfundados entre las lomas del barranco hallaron por fin el objetivo de la ruta: la cueva. Y allí mismo depositaron unas gotas de la esencia milagrosa con la esperanza de que el encantamiento del lugar contagiara su poder. La vuelta, jubilosa y optimista por haber cumplido con el cometido de su misión, la concluyeron por los términos de La Puebla de Alfindén y Villamayor.
Ya solo faltaba celebrarlo y para ello decidieron retornar al primer destino de la correría para cerrar el círculo y clausurar el propósito de tantas andanzas, aventuras y desventuras: el Toro de Alfajarín. Pero esta vez se presentaba la jornada de forma diferente pues no hay forma mejor de festejar una conquista o una victoria que frente a un suculento y ostentoso menú de genuina dieta mediterránea. Por custodiar fielmente la imagen de la hueste no pregonaré más detalles. Lo que fue digno de alabar fue la perfecta organización tanto de los preparativos como del acto en sí. Tras una pacífica invasión de la plaza de Pastriz y el buen hacer de la taberna la jornada de hermandad finalizó envueltos en una nebulosa de fraternidad y amistad que superó cualquier expectativa.
Durante meses el Ritmo obró tal y como sus principios así le marcaban. El germen de esperanza ya estaba difundido por doquier y el conjuro del Hechicero ya estaba concluido. El resto no dependía de ellos, los creyentes debían suplicar en sus rezos y los paganos encomendarse al destino.
Pero el final de esta lacra, o no, será otra historia, o no.
“La mejor manera
para predecir nuestro futuro
es crearlo”
(Dr. Forrest C. Shaklee)
FIN
Las anteriores entregas de la trilogía las tenéis completas en este enlace:
https://letrasplumatintero.blogspot.com/search/label/Relatos