Ruta 05/12/2020 La cueva de La Hiedra.
Va tocando a su fin.
“ Todo en esta vida es temporal, así que, si las cosas van bien, disfrútalas porque no durarán para siempre. Y si las cosas van mal no te preocupes, no van a durar para siempre tampoco “
Anónimo.
“En lo más profundo del invierno finalmente aprendí que dentro de mí había un verano invencible”
Albert Camus,
A un miserable grado sobre cero todo el entorno se mostraba comprimido. La panorámica se dibujaba gris como en un cuadro de John Constable, extenso y vacío a la par, hermoso pero desolador. En la fuente de La Junquera nos fuimos reuniendo los participantes del grupo uno. Llegando al punto de reunión de forma incesante, uno tras otro. Encogidos por el frío, poniendo las manos a refugio. Los saludos se sucedían de forma escueta pero sincera, las sonrisas se adivinaban debajo de las máscarillas o incluso de los bufs. Teníamos que llegar al número de seis pero, por aquellas cosas de la casualidad y de forma temporal, llegamos al de ocho. Ferrer se unió a nuestro pequeño clan durante un trecho escaso, tardaría muy poco en surgir su fuerza para, en un tris, dejarnos atrás poniendo alas a su montura. De la misma forma nuestro muy querido Manolo que, si bien no había llegado a apuntarse en la lista del foro, tuvo a bien regalarnos con su presencia. Siempre es un placer encontrarte entre nuestras filas Manolo , disfrutar de tu compañía y de tu alegría.
Arrancamos con prontitud, llegado el límite de nuestra hora. El plan establecido era crear dos grupos, de tal forma seguíamos manteniendo distancias, manteniendo la seguridad, pero juntos en nuestros corazones.
El horizonte se veía gris plomizo, aquel recurso usado por Leonardo, la prespectiva atmosférica , se apreciaba totalmente en esta situación. Las distancias se difuminaban en un color opaco . El frío era patente, los pocos coches aparcados que sobrepasábamos mostraban una considerable capa de escarcha, blanquecina y helada. La goma comprimida de nuestras ruedas emitía un siseo muy característico cuando los tacos golpeaban con el asfalto.
El camino nos era muy conocido pero, debido a este extraño estado que estamos viviendo, hacía ya bastante que no habíamos visitado. En nuestro interior , como en un cócktel, se arremolinaban sentimientos diversos. Por una parte la incomodidad que nos estaba regalando este otoño, vestido ya de invierno, la proximidad de las fechas que estamos alcanzando, la Navidad ya esta aquí y todo huele distinto y finalmente la alegría de volver a salir fuera de cierto entorno que nos tenía ya agobiados. Casi era como abrir nuestro regalo de reyes, como empezar a quitar el papel que lo envuelve.
Llegamos a la avícola “Los Morenicos” , punto de referencia en nuestro camino, de echo creo que siempre lo ha sido. El grupo se mostraba compacto y la marcha animada. Si bien no llevábamos una velocidad enloquecida bien es cierto que no nos dormíamos en los laureles tampoco. La marcha era constante. Siguiendo el track a rajatabla, devorando los kilómetros uno tras otro, rodeados de ojos amigos, de sonrisas y calientes por dentro , llenos de un amor que transcendía mucho más allá de lo carnal.
El terreno se mostraba ya ascendente, un sol tímido y estéril nos regalaba sus luces, incapaz de calentar nada, ni tan siquera como un pequeño fósforo. Los montes que albergaban nuestro destino se veían ya claramente, a un tiro de piedra, poco más. Nuestra cercanía a la carretera de Jaulín era patente cuando fuimos alcanzados por el grupo dos. Alegría del reencuentro y prudencia, prudencia ante todo. Unimos nuestra marcha con un objetivo común, cada vez más cercano , cada vez más real, la cueva de la Hiedra.
Abandonamos nuestras bicis, el camino era ya impracticable. De todas formas ya sabíamos esto, el último trecho había que realizarlo andando. El suelo plagado de piedras dificultaba la marcha sobremanera, siempre es difícil caminar para alguien con este calzado ciclista, la suela es muy rígida como para permitir cierta flexibilidad necesaria para triscar por estos lugares. José H, tan atento como siempre, se afanaba en ayudarme a rebasar los obstáculos más complicados, ofreciéndome su mano amiga. Desde aquí mi agradecimiento José, grande donde los haya. Podíamos oír a Paco, no muy lejos de ahí con su chascarrillo, con su soniquete eterno, con su broma habitual, diciendo en voz alta algo que ya estamos acostumbrados a escuchar... “vaya mierda de ruta...” las carcajadas estallaban por doquier, poniendo rúbrica a un paisaje hermoso que nos regalaba la naturaleza. Pisábamos ya hiedra, todo verde en derredor, incluso algún abrojo nos regalaba sus punzantes púas a nuestro paso. Llegamos a los pies de la cueva.
Un habitáculo reducido el que se muestra entre aquellas paredes de piedra, íntimo, como una pequeña sala para amigos, pero eso si, a cielo abierto. Contrastando con aquellos muros unas aperturas, a cierta altura, se mostraban como obscuros ojos observando el horizonte, la propia cueva de la Hiedra. Arturo no dudó un segundo en triscar y trepar hasta ese lugar y , desde allí , hacernos unas fotos magníficas . No se pueden tener mejores reportajes ni mejor compañía que cuando es Arturo el que te acompaña, gracias amigo.
Me olvidé las barritas abajo, en mi bicicleta, siempre voy a la última pregunta, no puedo evitarlo, he salido despistado como mi abuelo. Él tenía que apuntarse las cosas en una libreta que llevaba siempre en el bolsillo de su camisa a cuadros porque, como andaba en sus cavilaciones, las cosas solían escapar de su memoria. Paco me ofreció una de las suyas de forma abnegada, sólo por el placer de la amistad. Así discurre el tiempo entre nuestras filas, en estas cosas tan mundanas nos afanamos , pero que si quieres que te diga una cosa... creo firmemente que estas son las importantes.
Paco, un amigo como tu, eso es importante.
Iniciamos el regreso, descendiendo con dificultad aquel trecho empedrado en trampas, María Luz tuvo la desventura de torcerse un pie, se hizo daño la pobre . Recupérate pronto muchacha, tu presencia es necesaria en este grupo. Ya en nuestras bicis arrancamos el último tramo de subida, y que tramo. El suelo se inclinaba hasta convertirse casi en una pared, la grava y las matas difuminaban la rodada, teniendo sólo como referencia el lugar por donde había pasado el anterior compañero. Torrenteras cortando el camino hacían esto mucho más divertido, por si no habías tenido bastante. Sea como fuere tocamos techo.
Arriba el viento se mostraba importante, a mi me sorprendió el echo de que AEMET, no vaticinaba aire en esta proporción. Pero bueno, no quedaba otra que aceptar lo que nos viene dado. Cruzamos un par de campos en total barbecho, cubierto de pinchos, plantas secas y piedras e iniciamos el descenso. Una bajada muy divertida pero no exenta de peligros, algunas curvas se producían de una forma muy cerrada, obligando a tocar frenos con la necesaria antelación, incluso tramos con pedruscos de yeso, otros con grava . Una bajada divertida como digo, pero con los ojos bien abiertos. Ya abajo reagrupamos , allí Arturo anduvo enseñándonos algunas de las cosas que lleva en ese maletín que siempre porta en la parte posterior de su bicicleta, un auténtico taller de reparaciones. Llegó a sacar incluso pedales de bicicleta, creo que es muy probable que lleve una desmontada ahí adentro. Incluso mostró una llave fija de proporciones épicas que aún no tengo claro como puede meter ahí adentro. Grande.
La vuelta fue ágil, se nos ofrecía una cuesta abajo constante y un viento a favor facilitaba nuestra rodada, quedamos rezagados, haciéndonos mutua compañía nuestro querido Miguelón , Paco, José y yo, mientras los demás tomaban ventaja. Llegamos de nuevo a Zaragoza, la capital abría sus brazos de nuevo para acoger a estos sus hijos , que orgullosos portan su nombre en el pecho y espalda, para protegerse como si de un escapulario se tratara. Así unos pocos nos reunimos a una postrer cerveza, una corta reunión ya que el frío atenazaba los músculos, de esta forma cerrábamos hasta la siguiente.
Sin parangón, sin igual.
Todo queda y todo pasa y esto es así, para bien o para mal, de todo se aprende y todo se olvida, así es y así será. Llega la Navidad, tiempo de alegría y de felicidad, yo te echo de menos y ya nada es igual, me gustaría que regresaras a mi vida, compartir momentos tan llenos de alegría. No fueron suficientes “te quiero” y lo se porque nunca son suficientes .
Te echo de menos. Todo tiene su final.
V.