Ruta 28/11/2020 El alto del Campillo II
Aprendiendo a volar.
Frente al abismo, lo único que queda es aprender a volar.
Llegué tarde, a veces los demonios se confabulan en tu contra , ponen trabas a lo largo del camino, consiguen hacerte caer una y cien veces y, de esta forma , se salen con la suya, llegué tarde.
En el Azud del Ebro , mi grupo ya había salido. José estaba probando una nueva distribución , una nueva estrategia para seguir luchando contra el coronavirus, creando grupos burbuja y yo llegué tarde. Pero bueno, no hay mal que por bien no venga, me acomodaron en el siguiente grupo , con caras que , si bien conozco de sobras, no son habituales a mi lado últimamente, como ya digo , las circunstancias vienen dadas. Acompañado esta vez de Paco y sus huestes arrancamos.
Los pronósticos del tiempo no eran favorables. Auguraban frio y agua a lo largo de la mañana, con grandes posibilidades además. Yo me había dispuesto de tal manera, abrigándome , es más, incluso llevaba en mi mochila el chubasquero por lo que pudiera pasar.
Empezamos como digo por las orillas del río Gállego, por ese bello andador que lo bordea, que dibuja su vera a la perfección, hasta el puente del parque Entrerríos, en Santa Isabel. Inicié fuerte la marcha, llevaba intención de alcanzar al grupo perdido, aquel al que no llegué. Mis compañeros, curtidos en más de una batalla, se dieron cuenta enseguida de mis intenciones y pusieron freno a mis pies, me advirtieron que todavía quedaba mucho trecho, que no empezara con esa fuerza, que no era conveniente quemar las naves antes de hora.
Extrañamente el cielo despuntaba en un azul claro, despejado y brillante, sin nubes, sin rastro de esas lluvias que nos habían advertido. El camino enseguida comenzó a marchar su tendencia , hacia arriba. Costaba mover las piernas, si bien no es claramente una cuesta , si que atranca la bici, que mucho tiempo así acaba pasando factura, que no deja de ser subir. Mientras a lo lejos divisábamos los montes hacia los que nos dirigíamos.
El camino varió de forma, de forma y de aspecto. Lo que antes era ligeras subidas, cuestas imperceptibles, falsos llanos, tornaron en repechos considerables, costaneras largas que no se divisaba el final, caminos empinados y plagados de piedras o grava . Lo que era terreno despejado, de secano , con campos de cultivo en sus lindes se transformaron en zonas ligeramente boscosas, pinares plagados de matas y zarzas, con cierta dificultad para pasar entre ellas pero , a cambio, con un premio asombroso.
El aroma.
El campo desprendía un magnífico olor otoñal, inundándolo todo, llenando el espacio con su presencia, con su esencia. Trayendo recuerdos de una niñez distinta a esta que ahora toca vivir, de unos tiempos en los que las cosas eran de otra forma, unos recuerdos que calientan el alma. En lontananza vimos al anterior grupo, el de Miguelón y sus gentes. Ya estaban allí, a un tiro de piedra. Paco , con gran acierto, nos recordó que la intencionalidad de la creación de estos grupos burbuja era precisamente no juntarse, decidimos así seguir manteniendo las distancias, hasta que los perdimos de vista. El día, lejos de mostrase lluvioso , casi era una hermosa primavera. El sol calentaba según sus posibilidades, el cielo seguía azul cuando nos devoró el abismo, no tuvimos más remedio que aprender a volar.
Las cuestas eran inmensas, poniendo a prueba incluso al más bregado de nosotros, minando nuestra moral y nuestras fuerzas, Casi todos echamos pie al suelo en algún momento, o bien tenía demasiada piedra suelta o bien era demasiado empinada o bien estaba lo suficientemente rota como para percibir cierto riesgo. La ruta era dura, lo estaba siendo, pero en esto consiste el ciclismo, esto es lo que nos hace amar este deporte. Saber dónde están los límites para sobrepasarlos.
Alcanzamos el punto geodésico del Alto Campillo, en una sucesión constante fueron llegando los compañeros de los distintos grupos. Mantuvimos distancias, por seguridad y por respeto, nos hicimos unas fotos, unas pocas bromas, reponer fuerzas y continuamos camino, que la hora apremiaba. Me atreví a pensar que lo peor ya había pasado, que al estar a mitad de recorrido lo que ahora nos quedaba vendría regalado. Pues no, una vez más todavía nos quedaba una buena lucha, con el terreno y con nuestra propia resistencia, nuestras ganas. Al fin y al cabo dicen que solo pierdes de verdad cuando te rindes y aquí , en este grupo , nadie se rinde, nunca.
Llegamos a unas estupendas sendas en las que, poco tiempo antes, estos locos queridos habían estado retirando un árbol tronchado que dificultaba el paso. Lo pasamos de manera ágil, cuesta abajo y sin obstáculos, el campo se mostraba abierto a nuestra huida. Repusimos fuerzas, recuperamos más bien , durante unas prolongadas bajadas que nos regalaba la ruta. Incluso , en otra tremenda subida, nos topamos con José H que, afanado en sus cosas, como siempre, andaba esperando a uno u otro grupo y asegurándose que todo andara bien.
Nos hallábamos de regreso, camino de casa, camino de la capital. El camino zigzagueaba por doquiera, evitando salir de esta forma del terreno que se halla acotado debido al confinamiento perimetral. Las palabras eran ya pocas, todos deseábamos llegar. Me atrevo a decir que , incluso a mí , aquella parte se me estaba haciendo larga, tediosa, tantas eran las ganas que tenía por regresar. Llegando ya a la ciudad consulte mi reloj, vi que era demasiado tarde ya, decidí no quedarme ese mágico ratito que se produce cuando , tomando un descanso, reponemos fuerzas con una cerveza y ánimos con una distendida charla entre amigos. Volví a mi hogar, volví a casa.
Aprendimos a volar, si . Dicen que cuando miras al abismo el abismo también te mira a ti y la única manera que tuvimos de superarlo es … aprendiendo a volar. Pasamos aquella dura prueba, todos y cada uno de nosotros, unos más rápido , otros menos, según sus fuerzas. Pero todos, repito, todos pasamos la prueba. Esta es una de las cosas que hacen grande a este grupo, su tesón , su sana cabezonería , intentando al menos superar cualquier cosa que se les ponga por delante.
Pero hay que reconocer algo muy importante, cuál es el verdadero valor del Ritmo, que es aquello que lo hace distinto, su más valiosa posesión... y esa son sus gentes, las personas que lo componen, todo ganas, todo fuerza, todo corazón. Unos amigos que, en esta pasada ruta …
… Aprendieron a volar.
Gracias.
V.