"Todo lo que ilumina debe permanecer ardiendo"
CAPITULO - 2
- Tabernero, como os prometí paso a narrarle lo acontecido en esta expedición.
- Pues tenga mi señor otra jarra de cerveza como forma de pago por su relato.
- Primero quisiera comentarle que viajamos sin almirante pues nuestro Líder quedó esta vez en tierra, según unos por obligaciones familiares, según otros por cumplir castigo y condena de vaya usted a saber qué fechoría y según los más aventurados por ser víctima de un secuestro y no poder pagar rescate al estar nuestras arcas vacías de plata.
Para acallar las voces que pudieran tildarnos de desaliñados y andrajosos el Alférez de intendencia de estilizada figura, total compromiso con la causa y de nombre Luy S´Ethé tuvo a bien negociar con artesanos y mercaderes de otras aldeas y proveernos por unas pocas monedas de unas casacas tejidas con los colores de nuestro estandarte, de gran calidad y protección más que suficiente para hacer frente a las inclemencias del tiempo. Bravo por él.
Así zarpamos del puerto rumbo al archipiélago del Vedado de Peñaflor, estrenando vestimenta, de forma sigilosa, casi clandestina al amparo de la espesa bruma y embarcados en tres navíos pues por el motivo bien conocido resultaba imposible fletar un galeón en el que poder navegar todos juntos.
En esta ocasión tuve el honor de ser acompañado por tripulantes de gran destreza y valía como el oficial de cubierta Daniel Father George, el único jinete de la hueste que puede presumir de haber seguido los pasos del Cid recorriendo con su montura todo el camino de este afamado héroe. El contramaestre Vincent de Loscos de la comarca del Jiloca, rudo montañés que al igual que los almogávares jamás huye de una refriega y se lanza a pecho descubierto y sin temor alguno hacia cualquier batalla que se presente. El sobrecargo Henry Queth Farias, un todo terreno de postín y fortaleza capaz de guiar, orientar y atender a todos de forma tan eficiente que porta a mucha honra el apelativo de Lord Protector. Y como no, el piloto timonel Danny T.T. Brother, fiel confesor y consejero quien siempre con el buen fin de alentar y espolear al resto porta la sinceridad por bandera aún siendo consciente que en ocasiones ésta pueda rejonear y quien en los inicios de la ruta sufrió en sus piernas la ira del mar pero que con su coraje y vigor fue de menos a más.
No nos sorprendieron las aguas bravas por las que navegábamos pues ya eran conocidas por la mayoría de nosotros. Superamos con ahínco y esfuerzo las continuas olas de gran alzada, recuperando aire y energía cuando la proa dejaba de apuntar al cielo. Tanto sacrificio y forcejeo mermaba la frescura de nuestras fuerzas pero no así la garra y el ánimo.
Y ... oh!!! misterios de la mar: Todavía no hay marinero que logre entender si fueron engañados por cantos de sirena o guiados por vientos desconocidos pero se dio el enigmático lance de que el primer navío que partió del puerto surgió por sorpresa a popa del tercero, el tercero por delante del primero y el segundo fue el primero en arribar al destino. “Rara casu” teniendo en cuenta que debíamos guiarnos con brújula, sextante y compás por la misma carta de navegación.
A la vista y frente a nosotros avistábamos la imponente isla del Alto del Campillo y sin más dilación fondeamos las fragatas en su playa para acometer la parte más dura de la misión: el ascenso al mirador y punto geodésico. Con firmeza, tesón, paciencia y cada cual a su ritmo coronamos la cumbre donde nos esperaban unos aldeanos practicantes de senderismo quienes, bota en mano, gentilmente nos ofrecieron un reconstituyente sorbo de vino con el que remojar el plátano y los frutos secos que pretendíamos engullir en ese momento.
Fundidas en una las tres tripulaciones y tras la pertinente charla, danza y retrato en lienzo volvimos a embarcar para una vez desplegadas las velas de mesana, mayor y trinquete iniciar con viento a favor el regreso al puerto sin más contratiempo que algún solitario oleaje sobre el que bailamos gozosos.
Desembarcamos con júbilo ante la cercanía del hogar y a trote sobre nuestros corceles nos dirigimos al final del trayecto que como no podía ser de otra manera para esta ocasión fue la taberna de nombre que hoy nos viene al pelo: “La barca”, donde dimos buena cuenta de las cervezas de rigor.
Así aconteció, así se lo he contado y en apurar la jarra que me ha ofrecido parto de nuevo a proseguir mi camino.
Poco tiempo después el tabernero recibió una misiva del hidalgo Fernán:
“Estimado tabernero, sirva la presente para agradecerle de corazón que transmitiera nuestro mensaje al caballero Valetix ya que le pongo en conocimiento que gracias a vos nuestro apreciado escribiente ha desempolvado los pergaminos y de nuevo ha plasmado sobre ellos nuestras andanzas como tanto deseábamos.”
Y para que quede constancia y a disposición de vuestras mercedes en breve lo archivaré junto a retratos, música y demás manuscritos en este baúl:
Pedalea, que tus excusas no te alcancenY con las notas de fondo de “La tempestad en el mar” de Las Cuatro estaciones de Antonio Vivaldi me despido hasta la próxima.
Au y graciasss.