RUTA 10/10/2020 La cueva del gato , La casa de Dios.
El infierno desatado.
Ha ocurrido otras veces, sabes que es cierto. Hay días que, por alguna extraña razón, las palabras se niegan a salir. Se mantienen en su limbo, ocultas, descansando, tal vez incluso igual que cuando nuestros cuerpos piden descanso. Hoy es uno de esos días, las palabras no fluyen, no nacen, se mantienen ocultas, escondidas y hay que esforzarse para encontrarlas, una a una y presentarlas aquí ante ti, ávido lector. De todas formas, sea como fuere, vamos a intentarlo una vez más y, si las musas quieren, llegaremos a buen puerto.
Por una serie de acontecimientos, unos afortunados , otros no tanto, fruto nada más que del empeño y de la testarudez, se acabó proponiendo esta ruta. Total que entre pitos y flautas, como suele decirse, acabamos dando con nuestros huesos en Épila. Nos reunimos temprano , en el parking del restaurante “Las Piscinas” para , desde allí comenzar a dar pedales.
Con las primeras luces del alba , diecinueve los reunidos , preparando todo lo necesario. Montando las bicis, colocándose las zapatillas, compartiendo sus ilusiones con una sonrisa dibujada en la cara. Poco sabíamos hasta ese momento tanto de la hermosura de la ruta como de su dureza, pero es algo que suele ir emparejado. Los destinos más bellos, los ideales más elevados se muestran envueltos en el esfuerzo máximo.
Arrancamos pues en dos grupos, al menos inicialmente. Quedábamos unos pocos rezagados, todavía con los preparativos y , cuando cumplimos esta parte, salimos tras ellos. Tras atravesar un puente en obras que se sitúa en las inmediaciones del restaurante nuestras ruedas tocaron camino, y que camino por Dios. Enseguida el terreno apuntó hacia arriba, en una constante cuesta, el GPS mostraba una clara tendencia al ascenso. Si bien al principio era un asunto llevadero, tras una docena de kilómetros de esta guisa la cosa se tornó seria.
No tardé en darme cuenta que no me hallaba en la mejor forma. Pedalear se me estaba volviendo un asunto tan arduo, tan duro que cada golpe de pedal era una proeza, cada vez que mi pierna bajaba mi pulso se aceleraba y todos los músculos de mi cuerpo protestaban dolientes ante ese trabajo. Le dije a José H que me volvía al coche, que de buen gusto daba finalizada la ruta por mi parte y que les esperaba allí. Señor, Dios de los Ejércitos, en que hora se me ocurriría a mi pronunciar esas palabras. Al instante un ciento de protestas se levantaron a mi alrededor. Empezando por la de José, que sin que le temblara el pulso me dijo que si me volvía yo el lo hacía conmigo, le pedí por favor que me librara de ese cargo y me dejara regresar, pero no, no cejó en su empeño, con lo que me obligó a seguir. El siguiente Dani, me dijo que ni se me ocurriera decir eso, que si seguía protestando me echaba a la cuneta de un palo, que me arrepentiría de no hacer esa ruta.
Entre juramentos seguí luchando, el camino se elevaba progresivamente, hasta un punto que las cuestas eran ya importantes. Despuntaban hacia arriba , queriendo tocar el cielo. A lo lejos podía ver la marcha de mis compañeros . Fernando pasó a mi lado y me envió unas palabras de ánimo, yo no pude siquiera contestar. Arturo hizo lo propio y me ofreció una manzana. Pascual marchaba detrás mio, coreando mi nombre. Miguelón siempre cerca, Señor, cuanto quiero a ese hombre...
Así pues seguíamos rodando. Tuve que echar el pie al suelo en repetidas ocasiones, las cuestas eran ya terribles, me atrevo a decir que lo más duro que he podido hacer en toda mi vida en bicicleta. El cuenta kilómetros seguía ascendiendo, sumado números y yo no veía el final de aquello. Mis piernas quemaban, mis pulmones se mostraban insuficientes a todo el aire que pudiera necesitar.
Se abrió el infierno.
Cuestas de un veinticinco por ciento , según nos informaba Pascual, terreno roto, lleno de agujeros, torrenteras, piedras de un tamaño considerable e incluso alguna madriguera abierta por conejos, todo eso teníamos que sortear, las matas entorpecían la marcha, inundando las zonas por donde debiéramos de rodar. Hasta que llegamos a la cima
Marcaba más de ochocientos metros de altitud, desde ese otero todo se divisaba debajo nuestro y, allí mismo, delante de nosotros, la peña blanca. Se mostraba majestuosa y eterna, gobernando desde su atalaya. Junto a nosotros pudimos advertir, gracias a las indicaciones de José , una pequeña piedra, un monumento a un ciclista caído, cuyo alias era Scooby y que homenajeaba su club , el de Calatorao. Reagrupamos enseguida, nos reencontramos con nuestros copañeros y amigos. Chelis, Chomo y su cuñado, Jorge y su padre... y los dos de las bicicletas eléctricas, Jesús y Alfredo. Volvimos a completar el número , a ser diecinueve , seguimos rodando.
El track nos dio una tregua, un pequeño respiro. Ya nos regalaba algún tramo de bajada que si bien no estaba exento de peligro, no dejaba de ser una bienaventuranza para alguien que iba tan fundido como yo. La ruta se me estaba haciendo una espina atravesada en la garganta de tal forma que hasta me estaba costando disfrutar de la hermosura del entorno que nos rodeaba. Un paisaje rodeado de pinos, tan frondoso y aislado que bien se pudiera haber acabado el mundo y no nos habríamos dado cuenta. El monasterio de Ródenas se divisaba en la distancia. No muy lejos, era una esbelta mancha marrón entre la arboleda, dibujada ( y esto es lo interesante) un poco más abajo.
Llegamos a aquella abadía, tomamos un ligero descanso, repusimos agua y tomamos unas fotos, nuestro siguiente objetivo la Cueva del Gato.
Nuestro camino se tornó de nuevo inmisericorde, las cuestas arriba con unas terribles piedras negras pulidas eran lo habitual, unos metros más allá mis compañeros echaban pie al suelo , para hacer los últimos metros , a la entrada de la cueva a pie. Alcanzamos nuestro destino , en el lugar un padre acompañado de su hijo nos contó que la verdadera entrada a la cueva del Gato era una angosta entrada , escondida detrás de una mole de piedra , que antaño había lo necesario para que los espeleólogos bajaran a realizar sus labores pero que esto facilitaba la entrada a personas sin la experiencia o el material necesario, poniendo en riesgo su vida . En el lugar, Miguelón nos regaló una jota, no puede haber mejor entorno y mejor sonoridad. A mi se me puso , inevitablemente, el vello erizado, me embargaba la emoción, imagino que como a ti , querido lector. Estamos viviendo un año horrible, en el que han fallecido muchas personas debido a esa enfermedad, a ese virus que no quiero ni nombrar y , que en esta ocasión, nos ha hecho otro regalo. Ha conseguido que se suspendan las fiestas de Nuestra Señora del Pilar.
El primero en sesenta y cinco años de historia, espero que el último. Nos ha dejado una profunda huella en el corazón, pensando que ahora mismo tendríamos que estar planificado las vaquillas o la ofrenda... que le vamos a hacer, son los tiempos que nos toca vivir, pero una cosa te digo, como dice mi suegra “la virgen es muy pequeñica, pero tiene una sombra muy grande” seguro que su sombra nos cubre, seguro que nos protege, espéranos Pilar, descansa este año que el que viene iremos con el doble de ganas. Pues buenos somos los maños. Y en esta tierra sabes que se te venera y se te quiere.
El terreno era ya descendente, de tal manera las velocidades subieron, el grupo volvió a marchar unido . Ya en la casa de Dios , atónitos ante lo que se nos mostraba, no dando crédito a nuestros ojos. Bueno, creo que merece una explicación, estoy de acuerdo en que aquello puede ser una expresión de arte, hay que tener la mente abierta y saber que cualquier cosa construida con la intención de transmitir, tenga cánones académicos o no, puede ser considerada arte y para mi aquello lo es. Ahora bien, su ejecución se muestra tosca, burda, elemental y casi infantil o debiera decir nihilista para sonar más culto. Sea como fuere a mi me dio la sensación de ser trabajo de un loco, como si el ingenio , llevado por las alas de la creación hubiera parido aquello. Un objeto extraño en medio de ninguna parte, algo que seguro que te gusta o no, pero que de ninguna manera te va a dejar indiferente.
Tras esto regresamos a Épila, donde se hallaban nuestros coches, donde tomamos un rápido refrigerio y volvimos a nuestros hogares con otra muesca en el revólver.
Hoy la reflexión que acostumbro a hacer va a ser un agradecimiento, es necesario y , aún a riesgo de mi integridad ya que más de uno me dijo que ni se me ocurriera darle las gracias, lo que es de ley es de ley, sin más. Sabéis que lo pasé especialmente mal, que juré y perjuré de mi suerte, que no fue mi día, incluso regresé al coche con la rueda delantera pinchada tal y como me apercibiera Javier Ferrer. Lo siento mucho ,siento mucho lo que pasó y agradezco vuestra ayuda, de todos y cada uno de vosotros, de los dieciocho restantes, sois grandes, deciros que me siento terriblemente orgulloso de compartir camino con vosotros, no se puede estar mejor guiado y con personas de más noble corazón. Gracias una vez más por el día que me regalasteis. Aunque a mi me queda un sabor amargo en la boca, dada la dificultad con la que lleve la ruta, por otra parte no puedo llegar a entender de qué material estáis hechos para conduciros tal y como lo hicisteis, como uno solo, todo corazón.
Gracias.
VIVA LA VIRGEN DEL PILAR.
V.-