RUTA 08/12/19
Montes de Villamayor y Peñaflor.
Los fantasmas existen, y viven en la niebla.
El día despertó cubierto por una denso velo. Todo había desaparecido bajo el manto de la niebla, incapacitando la visión, limitando el mundo a tan sólo un metro alrededor. El frío se veía aumentado por la gran humedad, calando hasta los huesos, empavonando las gafas y mojando la ropa, dando al traste con cualquier esperanza de guardar calor corporal. Hoy te contaré la historia de cómo sobrevivimos a ese evento, de cómo conseguimos vencer a la niebla y de cómo logramos superar a los fantasmas que viven dentro de ella.
La quedada fue en el Azud del Ebro, lugar habitual, a las nueve menos cuarto, andamos muy cerca de nuestro solsticio de Invierno y apenas tenemos horas de luz, es sabido aquel refrán popular de “eres más corto que el día de Navidad” propiciado por lo tarde que amanece y lo rápido que llega la noche. En el punto once ciclistas , de fuerzas muy variadas, léase Currito de los Finishers, Chema de los China, Jesús Embid que creo que suele salir con los Team y que podría permitirse salir con quien quisiera. Alf, al que hacía mucho tiempo que no veíamos sumado a los mas habituales del Ritmo. Arrancamos con prontitud, poniendo a girar nuestras ruedas, imprimiedo la potencia necesaria y encaminando nuestras monturas hacia Villamayor.
El terreno se mostraba blando, había absorbido agua tanto de la lluvia de días pasados como de ese vaho sempiterno que ahora nos rodeaba. El suelo plagado de charcos que esquivábamos con agilidad, el grupo marchaba unido mientras los comentarios de viaje se sucedían en una parte y otra. De esa forma y con prontitud nos plantamos en las inmediaciones del cementerio de Villamayor y allí comenzó la subida. O al menos eso creo ya que fue una jornada en la que sin los virtuosos del GPS no habríamos alcanzado destino, imposible ver más allá de nuestras propias narices como para vislumbrar por dónde marchaban los caminos. Esto tiene un punto bueno de lectura, quiero decir, el no poder ver el final de la cuesta obligaba a afrontarla sin miedo y sobre todo sin ese terror psicológico de ver su tamaño intimidante, sin poder ver el final y sin saber bien a qué te enfrentabas.
Fuimos atacando una tras otra, subiendo sin parar, la niebla acuchillaba la cara y calaba la ropa más hondo de lo que cabría esperar, quién podría imaginar que los fantasmas de los desatinos nos acechaban, nos acompañaban a cada pedalada esperando su momento para poder actuar.
Alcanzamos cima, de esa manera dejamos atrás esa terrible penumbra. Ante nuestros ojos se abría un cielo azul claro, y un paisaje llano, rematado por unos generadores eólicos salpicando el terreno. En derredor la absoluta nada. De allí para abajo se volvía a desdibujar el paisaje cubierto enteramente de un gris eterno, dotando al cuadro de un cierto aspecto tétrico y a la vez maravilloso. Hicimos la preceptiva parada, un pequeño refrigerio para reponer fuerzas, unas pocas fotos y continuamos marcha. En cuanto bajamos el primer metro la densa niebla volvió a cubrirnos, como si nos hubiera estado esperando. Yo mantenía la esperanza de que descampara enseguida, es lo que suele ocurrir, en cuanto el sol calienta tan sólo un poco la niebla desaparece dejando un día de primavera, pero no en esta ocasión, esta vez no fue así. Allí volvíamos a encontrarnos con nuestros trasgos y demonios, alimentándose de nuestros miedos y creciendo con ellos. Enseguida, no tardaron en actuar. En una bajada sin dificultad técnica , pero que obligaba a prestar atención, truncada de matas y con las sendas muy marcadas, rematadas por torrenteras de un tamaño respetable que , insisto, no presentaban técnica apenas pero de las que no te podías descuidar un segundo. Oscar alcanzó a meter su rueda delantera en una de ellas, en uno de estos surcos . Su bici se atascó al instante y salió volando, abandonando su montura que daba vueltas sin sentido mientras el hacía lo propio en otra dirección. El golpe fue tremendo, creo que le salvó el echo de que el terreno , como ya he citado, se hallaba blando , rebosante de humedad. Dio con sus costillas en el suelo y permaneció de esta forma, largo, tumbado durante un tiempo, probablemente doliéndose del batacazo, eso si, manteniendo la hombría mientras decía “no ha sido nada” . Con inmediatez se avisó al grupo, todos detuvieron su marcha y acudieron a socorrer al citado. Mientras yo aparté la bici del camino y recogí partes que se habían desprendido de ella. Aquí un bidón , allí el cuenta kilómetros... Tras este susto inicial reemprendimos la marcha, avisados todos que el susto te lo podías llevar en cualquier momento.
El siguiente en sufrir el ataque fue Currito. Pasando por un terreno llano, plagado de capitanas y matas secas que hacían de la conducción todo un poema, partió la sirga de su cambio trasero. Instantáneamente fue imposible poner alguna otra marcha. De nuevo avisé al grupo de que teníamos un problema mecánico y en esta ocasión para allá que fue Arturo. Me asombró la cantidad de herramientas que porta este hombre, preparado para las olimpiadas o incluso para una guerra mundial. Tenía de todo a su alcance y con gran maestría “reparó” aquel entuerto, dejando la bici de curro en una marcha fija. Esto nos permitió reanudar la marcha pero en lo que se refiere a Curro , ya sabía que le tocaría sufrir, no pudiendo poner el desarrollo adecuado en las subidas ni alcanzando la velocidad necesaria en los llanos. De todas formas maravillosa solución .
Los caminos, aunque son habituales, se mostraban extraños, cubiertos y ensombrecidos por aquel manto que proporcionaba una sonoridad distinta, aislándonos del mundo en derredor , como si fuéramos los últimos supervivientes de un apocalipsis global. José H , ante esta sucesión de acontecimientos , decidió acortar la ruta, salirnos del track planeado y encaminarnos hacia base, acortando distancias, como digo gracias sean dadas a los maestros del GPS, de otra forma habría sido imposible, quiero decir, si a cualquiera de nosotros nos sueltan ahí en medio , estoy seguro , no habríamos sabido encontrar el camino de vuelta. Andábamos por las cercanías de ese terreno acotado que utilizan para hacer moto cross, los moteros que dan esos saltos increíbles que sólo ellos son capaces, llaneando en esta ocasión y sabiéndonos cercanos a casa cuando esos duendes que habitan en lo más profundo volvieron a atacar. Esquivé un charco, más bien un blandón de barro, que se hallaba en una de las veredas, oí un sonido extraño para mi, algo así como un profundo zumbido y a renglón seguido un golpe, no noté nada más. Mi cabeza entró en corto circuito, ¿qué era aquello?. Como si activara una tecla en un momento se hizo la luz, el afilador, el consabido afilador, me volví y vi a Oscar otra vez tripa arriba, por lo que se ve solapó su rueda a la mía y al yo esquivar el barro... que te voy a comentar, la cuestión es que ahí estaba otra vez, mirando al cielo con los ojos bien abiertos y alucinando. Paramos de nuevo a ver si se había echo algo en esta ocasión. Nada, gracias sean dadas al cielo, el único herido podía ser su orgullo. El cachondeo se hizo patente inmediatamente, que si hoy no llegamos a casa, que si este no sobrevive a la salida... ya puedes imaginarte, unos kilómetros de risas contenidas. Finalmente Alf nos propuso desviarnos por un camino que sólo el conocía, que si bien no estoy seguro que sea más corto, si que se presentó exento de barro. Pasaba por delante de unas torres, por unas pequeñas viviendas unifamiliares que pueblan el terreno aquí y allá. De esa forma no están transitadas , porque pienso que no llevan a ninguna parte. Cumplió su objetivo, volvimos enseguida, de forma cómoda y sin tocar tierra hasta el puente de madera sobre el Río Gállego. De ahí en un tris a la barca y tras unas cervezas algunos, unos cafés o tes otros, volvimos al amor de nuestros hogares, no hay nada como el hogar.
Cuantas veces así nos vemos ofuscados, rodeados de un denso manto que nos imposibilita ver lo esencial. La cuestión sería saber si esa niebla nos la provocan o somos nosotros mismos los que nos refugiamos en ella no queriendo ver el exterior. Al fin y al cabo la felicidad es como la neblina, cuando estamos dentro de ella no la vemos. Limpiad vuestras miradas, despojaos de lo fútil , de lo que no sirve y , como el principito , sabed que lo esencial es invisible a los ojos, pues se ve con el corazón. Apreciad la amistad, los buenos momentos que se pueden llegar a vivir si se hace sin tapujos y mostrando una cara franca y sin dobleces. Acudid de buena fe a cualquier acto y que sean otros los que se ofusquen , por que estas cosas son las que os harán brillar, aún dentro de esa espesa niebla seréis el faro de muchos, seréis ese que destaca y que tiene luz propia. Olvidad las tramas y las especulaciones, no deis nada por echo, porque cuando no se tiene toda la información se corre el peligro cierto de estar equivocado y, como todos somos humanos, no juzgues y no serás juzgado. Estos, si me lo permites, son mis pequeños consejos para estos días que se nos avecinan. Hagamos posible esa utopía que nos repetimos una y otra vez, que sea Navidad todo el año.
Cuidate de la niebla comandante, podría ocultar lo que ni los propios dioses osan mirar .
Gracias por tu tiempo.
V.