RUTA 01/11/2019
ZUERA.
Lo recuerdo.
Hay recuerdos que el tiempo no borra. Hicimos una salida, es inevitable, mis compañeros lo llevan en vena y en cuanto hay oportunidad ni lo dudan, hay que coger la bici, en el día de Todos los Santos. Con probabilidad no sea la fecha más acertada, quien más quien menos tiene alguien a quien recordar, alguien que (aunque dicen que el tiempo todo lo cura) deja un huequito en el corazón y que de ninguna manera se volverá a llenar, alguien a quien recordar. Pero creo que tienen razón aquí en la grupeta, la mejor manera de soltar lastre, las más de las veces, es subir a la bicicleta y pedalear.
Quedamos a las ocho y media de la mañana junto al hotel Ybis, ya sabes, ese tan feucho por fuera. En el punto de reunión menos personas que en otras ocasiones. Muchos han marchado al pueblo ya que tienen allí a sus difuntos y otros tienen la mañana lo suficientemente ocupada para no poder acudir en esta ocasión. De todas formas allí que fuimos un buen puñado de nosotros, en concreto trece bicicleteros dispuestos a pasar otra mañana juntos, otra mañana de ruta, otra mañana haciendo los deberes .
Arrancamos pues sin mucha dilación. El tiempo se mostraba amable, no había viento ni frio y el sol , hasta ese momento, se hallaba oculto tras las nubes y de tal forma nos daba una tregua. Vino Ismael, un tío potente al que recientemente le han quitado unas grapas de la cabeza, mostrando azorado los restos que le han quedado para la posteridad y contándonos la historia de cómo le había sucedido. Por lo que se ve un pequeño accidente laboral, se empeño en detener la bajada de una persiana de un cabezazo magnífico llevándose el la peor parte. Chema, al que no veía desde la carrera de Aspanoa, con una sonrisa eterna dibujada en su cara, Armando, discreto el y siempre atento, José Luis, que también ha echo novillos en unas cuantas ocasiones pero que esta vez no albergó dudas a la hora de venir. Así y a pesar de grandes ausencias , hasta completar el número. Como digo arrancamos.
Iniciamos la marcha de una forma calmada, el grupo andaba relajado, charlando sin descuidar sus pasos. La ruta es sobradamente conocida por cualquiera de nosotros y a la par llana y amable. Durante aquel trayecto compartí mis pasos con Javier Jr, anduvimos hablando un rato , me contó que había estado viviendo durante diez largos años allende los mares, creo recordar que me comentó que en Ecuador o algo así. Tengo que decir que , en mi opinión, hace falta cierta dosis no se si de locura o de valentía para echarse la manta a la cabeza e irse tan lejos, dejando todo atrás, con afán de vivir una nueva vida y todo lo que ello conlleva. Me acuño un término que para mi era desconocido, al menos hasta ese momento, viene a ser algo como “la viveza criolla” . Es como nuestra picaresca del Siglo de Oro de nuestra literatura pero transformada y acomodada a aquellos países del otro lado del charco, haciéndome ver que probablemente no sea todo tan hermoso, que viajar hasta allí no está exento de dificultad. Así transcurrían los kilómetros, por un terreno llano y claramente otoñal, el verano se fue, duró poco más que un pestañeo, para dar paso a esta estación, donde el cuerpo empieza a pedir recogimiento, donde empieza a refrescar. Gocha pinchó, paramos nuestra marcha un momento para ayudarle, la mala suerte que fue justo al lado de una paridera, cargada de ovejas y que recuerdo en otras ocasiones haber visto con vacas y los aromas que de allí manaban eran de todo menos agradables. Enseguida reanudamos camino, no sin encontrarnos con un par de ciclistas que preguntaban si quedaba mucho para Zuera, les dijimos que unos quince kilómetros y que si querían venirse con nosotros, pero declinaron la oferta. Continué esta vez junto a Gotxa ( igual se escribe así y todo) con el que fui compartiendo recorrido y charla en esta ocasión, un poco más adelante Consuelo, junto a José Luis . Contaba airada acerca de sus avatares en el trabajo y de cierta injusticia que se estaba cometiendo, que le vamos a hacer , la vida es así, una cosa extraña y en la mayoría de las ocasiones somos nosotros mismos los que las causamos.
Sin nada más que fuera reseñable alcanzamos Zuera, enseguida, en un suspiro nos plantamos allí. Mosquitos, para la época del año en la que estamos puede resultar poco común, pero aún había mosquitos, un buen montón de ellos. Por lo tanto nos hicimos las fotos que son menester, tomamos un pequeño refrigerio y pies para que os quiero, para Zaragoza otra vez.
En nuestro regreso cruzamos un sinfín de poblaciones, Las Galias, San Mateo... los pueblos se mostraban desiertos, recordar que es el día de Todos los Santos, a nuestro paso resonaban graves y monótonas las campanas de las iglesias, no se si llamando a oración o a difuntos. Su tañido imponente provocaba un eco en aquellas calles vacías. Seguimos dando pedales, esta vez con mayor ahinco. Las velocidades llegaron a superar los treinta kilómetros por hora en algunos tramos, pero no se hizo incómodo , en absoluto, tanto el terreno como la dirección se prestaban a ello, además que ya marchábamos para el bar.
Volvimos al azud del Ebro y desde allí a nuestro querido bar La Barca, donde tras unas buenas cervezas y todo el asunto que es costumbre, volvimos al amor de nuestros hogares donde siempre nos esperan, donde siempre somos bien recibidos,
Es Todos los Santos, como imaginarás no voy a dejar pasar la ocasión de recordar un poco. Recordar aquellas personas que se fueron, que un día u otro volveremos a ver, pero que ahora ya no están aquí. Vestigios de un tiempo pasado en el que todo era mejor. Esas personas que dejaron una huella indeleble y que llevamos ahí, oculto en nuestros corazones, no queriendo sacar a la luz porque todavía duele, todavía hace daño su recuerdo. Esos que nunca olvidaremos que, aunque tenemos todo el año, ahora en estas fechas se hacen más presentes. Esos que dejaron un huequito que nunca se volverá a llenar. Allí donde esteis sabed que no se os olvida, que vuestra marcha fue un trauma que , como digo, todavía duele.
Pero , aquí estamos nosotros, todavía vivos, todavía dando mal, todavía equivocándonos, una y mil veces, es condición humana, que le vamos a hacer. Pero sabed que aún vive en nosotros el recuerdo y que recordamos también aquella noche, de vacaciones en la playa cuando, mirando a la negrura del mar, allí donde se confunde con el horizonte, aquel abismo insondable e infinito, respiraste hondo, a pleno pulmón y sentiste la brisa que sale del fondo del mar....
Gracias .
V.
